Es indiscutible que el dentista de los últimos años ha demostrado su afán en prepararse y estar formado en los últimos avances en cuanto a tratamientos odontológicos.
Sus ganas de brindar cada día más opciones para solucionar los diferentes problemas orales le hace, en muchos casos, convertirse en un estudiante de por vida. Las Universidades, Sociedades Científicas, casas comerciales, etc., involucradas en este sector, trabajan para poder ofrecer al odontólogo las herramientas necesarias para poder completar con éxito esta formación que atienda las exigentes expectativas de nuestros pacientes. Es indiscutible la velocidad con que avanza la tecnología. Desde hace unos veinte años nuestra profesión ha tenido una evolución impresionante y en la última década ha sido casi de vértigo. Hemos pasado de ser dentistas que sólo sacábamos muelas a ser verdaderos escultores de la boca, dándole más prestigio a nuestra profesión. Sin duda alguna, los más beneficiados de esta continua formación, son los pacientes, pues es por ellos por quienes realizamos todos estos esfuerzos y es en este punto donde me surge una pregunta, ¿nuestra evolución ha ido de la mano con la seguridad para aquellos por quienes nos estamos formando?

Las personas que nos dan su confianza cada vez que se sientan en nuestros sillones acuden a nosotros para que les solucionemos sus problemas dentales pero en el caso de que suceda una complicación médica durante su intervención ¿seremos capaces de resolver dicha complicación para mantener esa confianza puesta en nosotros? Hoy en día realizamos grandes cirugías en nuestros gabinetes dentales ¿nos hemos preocupado por garantizar a ese nivel la seguridad de nuestros pacientes? Analizando esta situación es donde detecto un profundo vacío que me hace reflexionar y preguntarme si además de arreglarle la boca a mi paciente sería capaz de atenderle en el caso de una posible emergencia. La persona que entra en nuestras clínicas da por hecho que está en buenas manos porque somos doctores, al igual que cuando viajamos en avión damos por hecho que nuestro piloto está preparado para cualquier emergencia durante el vuelo. Pero en nuestro caso, ¿es cierto que los pacientes están en buenas manos? Yo me temo que no, en nuestro caso no.

En nuestro afán por abarcar todo lo concerniente a la cavidad oral y realizarlo de la mejor manera nos hemos olvidado de lo único y más importante, la vida de nuestros pacientes. No sólo deberíamos estar preparados para una posible complicación sino que debemos asegurarnos de que nuestro paciente se encuentra estable durante todo el procedimiento. Fue un colega anestesista-intensivista, que justo se dedica a proteger la vida del paciente durante los procedimientos, quien me hizo caer en cuenta de nuestro fallo. A nuestros pacientes ¿quién los protege? ¿Quién nos los cuida durante los procedimientos invasivos que realizamos? ¿Sabemos cómo entró nuestro paciente al gabinete, sus signos vitales básicos? Y al salir de él, ¿sabemos si estos signos siguen estables?

Con esta reflexión sólo quiero animar a mis colegas, Sociedades Científicas, Universidades, etc., a reforzar el concepto de atención integral en salud en cuanto a tres pilares fundamentales, ética, seguridad y calidad. Devolvamos al paciente el lugar que se merece como prioridad en nuestra profesión y veámoslo como una persona y no sólo como una boca que arreglar. Devolvamos esa confianza que depositan en nosotros convirtiéndola en garantía.

Atentamente, Dr. Gustavo Rodríguez Pinzón
Odontólogo-Implantólogo Director FIS España